14 sept 2010

Thomas Edison, que quizá fuera el más genial inventor de la historia dijo una vez: “nunca trabajé un día en mi vida. Todo fue diversión”.


Cambió la vida de millones con los inventos de la bombilla eléctrica y el fonógrafo. Ayudó a perfeccionar las películas cinematográficas, el teléfono y el generador eléctrico, Edison patentó más de mil cien inventos en sesenta años.
¿Cuál fue el secreto de su éxito? Lo definió como “uno por ciento de inspiración y noventa por ciento de sudor”. Quizá la más importante contribución de Edison a la sociedad moderna fue su actitud hacia el trabajo.


¿Hemos pensado alguna vez en que Dios trabajó? Después de terminar su obra de la creación en seis días, descansó en el séptimo día. Algunas personas piensan que el trabajo fue un castigo impuesto a los seres humanos después del castigo de Adán. Sin embargo, el trabajo fue parte de la vida de Adán desde el mismo principio. Dios creó a Adán a su imagen y semejanza y lo puso en el jardín del edén para que cultivara su creación.
El trabajo tiene su recompensa y la pereza su consecuencia. La hormiga es una buena trabajadora recoge con diligencia alimento para el invierno sin que nadie se le ordene. Así mismo se espera que nosotros nos pongamos a trabajar y hagamos lo mejor. Pablo nos recuerda que no nos cansemos de hacer el bien. Puede que el trabajo no sea siempre divertido, pero es esencial y nos da un sentido de realización como ninguna otra cosa puede proporcionar.
Ahora nos despertamos para irnos a trabajar, te pedimos, Señor, que no lo vayamos a esquivar, y en caso de que tuvieras que venir esta noche, oramos que encuentres bien hecho nuestro deber.


 Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano.

1 Corintios 15:58


Tomado del libro: Momentos de quietud con Dios “Devocionario “
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