14 ago 2010

Cuando le damos a un rey, él está obligado no solo a responder a nuestro regalo, sino también a superarlo.
Cuando la reina Sabá visitó al rey Salomón de Israel, con sus regalos de especias, grandes cantidades de oro y piedras preciosas, estaba siguiendo el protocolo. Sin embargo, ella no estaba preparada para la magnitud de las riquezas que encontró en la corte se Salomón:
La reina de Sabá se quedó atónita al ver la sabiduría de Salomón y el palacio que él había construido, los manjares de su mesa, los asientos que ocupaban sus funcionarios, el servicio y la ropa de los camareros, las bebidas,
y los holocaustos que ofrecía en el templo del Señor. Entonces le dijo el rey: ¡Todo lo que escuche en mi país acerca de tus triunfos y de tu sabiduría es cierto! No podía creer nada de eso hasta que vine y lo vi con mis propios ojos. Pero en realidad, ¡no me habían contado ni siquiera la mitad! Tanto en sabiduría como en riqueza, superas todo lo que había oído decir. Luego la reina le regaló a Salomón tres mil novecientos setenta kilos de oro, piedras preciosas y gran cantidad de perfumes. Nunca más llegaron a Israel tantos perfumes como los que la reina Sabá le obsequió al rey Salomón. El rey Salomón, por su parte, le dio a la reina Sabá todo lo que ha ella se le antojó pedirle, además de lo que él, en su magnanimidad, ya le había regalado. Después de eso, la reina regresó a su país cono todos los que atendían (1 Reyes 10:4-7, énfasis añadido).
Darle a un rey atrae su riqueza a favor del dador. Dar engendra dar. Este principio funciona en ambos sentidos. Los reyes dan riqueza para ganar más riqueza. Pero cuando damos al Rey, provoca que vuelva a nosotros porque nuestra generosidad atrae la riqueza del rey hacia nosotros.
Esto se relaciona directamente con el concepto de mayordomía contra propiedad. Cuando sentimos que poseemos lo que tenemos, tendemos a agarrarlo y aferrarlo cerca de nuestro pecho. En es postura es imposible recibir más. No podemos recibir algo con los puños cerrados y los dedos agarrotados. Por otra parte, cuando nos acercamos al Rey con manos abiertas respecto a nuestras cosas, no solo podemos depositarlas a sus pies como un regalo, sino que también estamos en una postura como para recibir.
Nadie se presentará ante mí con las manos vacías (Éxodo 34:20). El principio es aplicable hoy en día. Siempre deberíamos acercarnos al Rey con un regalo de alguna clase para ofrecerle: un diezmo – el 10% de nuestro ingresos, alabanza, adoración, acción de gracias- ; simplemente sin las manos vacías. El mejor regalo que podemos darle a Él es nuestro corazón y nuestra vida, libre y completamente.
Nunca podremos dar más que Dios. Demos, y Él nos dará abundante y desbordantemente en retorno. Es un principio de su Reino.
Dad, y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebosando darán en vuestro regazo;
porque con la misma medida con que medís, os volverán a medir.
Lucas 6:38
Tomado del libro Los principios del reino
Autor. Myles Monroe

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